2. fin del mundo







El camino es una pequeña línea que corta la estepa y lentamente se va convirtiendo en montaña y bosque. Sobre el final de los caminos del mundo la ruta asciende para cruzar la Cordillera de los Andes, sentir el viento y la nieve en la cara y en su altura máxima, con vista de ave, mostrar que nada se termina, que mas allá del canal de Beagle el mundo continúa, blanco y frío, de olas gigantes y hielos eternos, y que Ushuaia está lejos de ser el fin de algo. En todo caso, podría ser el comienzo.







Si el fin del mundo es una construcción, el año nuevo en el fin del mundo genera una oleada de pensamientos. El imaginario de lo que algo puede llegar a ser siempre dista de lo que terminara siendo. El festejo de año nuevo fue en un refugio de montaña con personas de todo el mundo. En una olla calentaron vino con naranja y canela, el brebaje para el frío. La fiesta fue extraña, sin colores en el cielo, ni risas, ni fuego. En algún momento me fui a mi carpa, en la ladera de la montaña. Fume y medite sobre como deconstruir el mundo, la expectativa, lo imaginario, una implosión descontrolada. Que vuelen por los aires los pensamientos que no pertenezcan al presente.






¿Quien no ha soñado con vivir en los bosques? El intento de convertirse en un Walden moderno en tiempos donde todo avanza como un glaciar dejando tras de sí una huella de piedras solitarias que desencajan en la planicie. Caminaba por el bosque buscando algo, el rayo de luz que convierta en extraordinario lo simple, tal vez un pequeño brote de árbol, una flor de color entre tanto verde, para terminar encontrando esa huella humana que rompe con el encanto de la naturaleza y habilita el misterio, lo inexplicable, el cómo llegan ciertas cosas a ciertos lugares. Al fin de cuentas, y mas allá del horror de un bosque contaminado, todo parecía indicar que dormir en los bosques podía ser mas literal de lo imaginado.



Confundí el sonido de un avión con un trueno mientras esperaba la lluvia atento a las nubes. Era una tarde como la de hoy, con un cielo amenazante pero sin lluvia. También, como hoy, aparecía a la distancia el largo silbido, fiu fiuuu, de los camiones al pasar los cambios. Son muchas las razones por las que uno debería vivir cerca de una ruta, así como son muchas las cosas que se extrañan cuando ya no están. Después el sol se fue y quedo en sombras esta sabana africana que es el valle del fin del mundo por las noches cuando las nubes cubren el cielo y borran las montañas, dejando solo al viento que tuerce arboles y casas y carteles de hoteles derrumbados. La luz de la linterna que ilumina los arbustos rompe dimensiones en su viaje por el aire y devuelve la imagen de los tiempos sin principio. Todo es circular, me decía en esos días del verano austral, como las estaciones y la transmisión de los camiones.





La tierra se abre en una península rodeada de agua y bosque en la laguna verde. Las montañas nevadas ocupan el horizonte próximo y los zorros observan expectantes desde los arbustos. Caminar el camino, comida en la mochila, agua de los ríos y abrigo para las noches cuando bajan los fríos vientos de las cumbres. Los ojos limpios, los pies calientes y las manos con barro. Las acampadas se vuelven heladas, pero sumamente hermosas, en las soledades de Bahía Lapataia, último recodo del continente.






Toda construcción ya es ruina, dijo alguien y me dejo pensando en la dualidad de las cosas. Así como todo principio es fin, el llamado fin del mundo es también principio, uno de los tantos posibles. Doy la vuelta y, con el sol de frente y el canal de Beagle detrás, emprendo el viaje hacia el otro fin del mundo, el otro extremo del continente.




...